jueves, 21 de junio de 2007

cultura electronika.ESPECIALES The Hacienda must be built: 1982-1987

The Haçienda must be built: 1982-1987

Como suele ocurrir con las grandes ideas, la de construir The Haçienda no surgió de forma arbitraria. En realidad tuvo mucho que ver con el viaje que Tony Wilson, Rob Gretton y su nueva banda realizaron a Nueva York a finales de 1980. Allí entraron por primera vez en contacto con la música post-disco, los ritmos latinos y la nueva banda sonora de las calles del Bronx: el hip-hop. Los responsables de Factory Records quedaron prendados de la agitada vida nocturna de la ciudad, cuya monumentalidad se reflejaba en el interior de algunos de sus clubes como el Roxy, el Funhouse, la Danceteria o el legendario Paradise Garage. Hijo predilecto del Loft de Mancuso, en el Garage no se servía alcohol ni había un micrófono para que el discjockey pudiera soltar su habitual parrafada. Su residente, el inigualable Larry Levan, era capaz de generar atmósferas increíbles, crear efectos sorprendentes utilizando dos copias de un mismo disco o prolongar las mezclas hasta trasladar a su público al mismo reino de los cielos. Tras varias noches de química y desenfreno, Wilson y compañía regresaron a casa con una obsesión metida en la cabeza: tomar como modelo los grandes clubes americanos y construir uno en Manchester a su imagen y semejanza.El siguiente paso era dar con un local. Fueron varias semanas de intensa búsqueda que finalizaron en un antiguo concesionario de yates ubicado en el número 51 de Whitworth Street West. En realidad no era más que otro de aquellos hangares vacíos y mugrientos que despoblaban la periferia de la ciudad. Sin embargo, sus enormes dimensiones y el paisaje decadente que lo rodeaba encajaban perfectamente con la idea que Wilson y Gretton tenían en mente. El encargado de transformar aquel sucio concesionario en un flamante club nocturno fue Ben Kelly, un prestigioso diseñador que superó con creces todas las expectativas al concebir un imponente decorado industrial a base de acero, cristal, madera y hierro. Un diseño que estaba a años luz respecto al de cualquier otro club europeo de principios de los 80 y que suponía un cambio sustancial para miles de jóvenes británicos acostumbrados desde hacía años a un trato un tanto pecuario. De pronto no sólo disponían de un amplio espacio para bailar sino que, además, aquel lugar les permitía hacerlo en un entorno sorprendente cuyos colores vivos y una más que cuidada iluminación invitaban a la evasión y la fantasía.Los habituales del club suelen coincidir en que la primera experiencia era inolvidable. Tras cruzar la entrada y recorrer un estrecho vestíbulo se accedía a la zona principal, cuyo perímetro estaba acotado por robustas columnas de metal ralladas en amarillo y negro. A mano derecha se encontraba el escenario para conciertos, y al fondo una larga hilera de conos delimitaba la pista de baile, la cual podía ser divisada desde el balcón del piso superior. Junto a la puerta una pequeña escalera conducía al The Gay Traitor, un minúsculo bar con su minúsculo aforo para cuarenta personas cuyo nombre rendía homenaje a Anthony Blunt, el impopular espía británico que estuvo al servicio de la Unión Soviética allá por los 50. Para no parecer desconsiderados con sus compinches, Kim Philby y Guy Burgess también contaron con sus respectivas barras. El catálogo de excentricidades se completaba con una peluquería, una tienda de ropa y el único guardarropa del mundo dotado de 42 enchufes. Y es que pocos días antes de abrir sus puertas los responsables del club se dieron cuenta de que no había donde dejar los abrigos, con lo que no tuvieron más remedio que renunciar a su sala de máquinas.En marzo de 1982 el productor Martin Hannett, inmerso en un consumo de alcohol y heroína a gran escala, decidió abandonar el barco por dos años tras denunciar a Factory Records por unos litigios en torno a los derechos de Joy Division. Como era de esperar, Tony Wilson no pudo evitar la tentación de dedicarle una referencia a aquel pleito (FAC 61). Ese mismo mes Mike Pickering fue contratado como responsable de la programación musical del club. Amigo de la infancia de Rob Gretton y asiduo a las noches de The Factory, Pickering era uno de los integrantes de Quando Quango, un innovador grupo formado a medio camino entre Rotterdam y Manchester cuyo sonido influenció a un buen número de bandas al otro lado del atlántico. Finalmente, se estableció un código de vestimenta libre, aunque para acceder al club sería necesario contar con un carné de socio disponible por la módica cifra de cinco libras anuales.Con algún que otro cabo por atar y la pintura todavía fresca, el 21 de mayo de 1982 The Haçienda abría oficialmente sus puertas. Acompañando a la referencia FAC 51 se encontraba aquel extraño nombre extraído del Formulario Para Un Nuevo Urbanismo, un peculiar manifiesto con tintes marxistas en el que la Internacional Situacionista reclamaba una ciudad en la que todos sus habitantes pudieran vivir en su propia catedral. Aquella noche la catedral de Tony Wilson y New Order presentó en directo a las carismáticas hermanas Scroggins, más conocidas como ESG, y tras éstas le llegó el turno a Hewan Clarke, un joven dj procedente del jazz, el soul, el funk y cualquier otra cosa que pudiera sonar a música negra. Los invitados a aquella histórica noche quedaron fascinados ante el imponente decorado industrial de Kelly. Sin embargo, el lamentable sonido del local, en el que se habían invertido cerca de 40.000 libras, dejó en evidencia la incapacidad de sus técnicos de sonido. A la dirección no le quedó más remedio que ir renovando poco a poco los equipos y tratando acústicamente las paredes, y no fue hasta 1985 que el club pudo disfrutar de un sonido a la altura de su historia.Pero éste no fue el único problema con el que se topó The Haçienda. En términos generales, podría decirse que el primer año de vida del club fue un completo desastre. En primer lugar, los incondicionales de The Factory acudían a The Haçienda esperando encontrar alguna de aquellas bandas de punk rock de antaño, y en su lugar se encontraban a Hewan Clarke pinchando las últimas novedades de D-Train, Sharon Redd o los Peech Boys. Pickering comprendió entonces que recrear la escena gay afroamericana en un club de Manchester con tradición hetero iba a resultar más complicado de lo que se esperaban. Era realmente desolador contemplar aquel majestuoso club vacío noche tras noche, siete días a la semana. Un año después de su apertura el local sólo había podido colgar el cartel de ''no hay entradas'' en tres ocasiones: los dos conciertos de New Order y el de The Smiths. Pero ni siquiera la contratación de bandas constituía entonces una apuesta segura para el club: The Haçienda perdía dinero cada día que abría sus puertas y Factory Records se veía obligado a tapar los agujeros que éste dejaba.Con este panorama la única fuente de ingresos procedía de las ventas de los discos editados en el sello. Precisamente a primeros de 1983 vio la luz Blue Monday, buque insignia de New Order e himno de toda una generación. Aquel single suponía la confirmación definitiva del grupo como banda de música electrónica y para celebrarlo encargaron a Peter Saville que diseñara algo especial para la cubierta. A los pocos días, el diseñador se presentó con un espectacular trabajo que emulaba un disquete de 5¼ , todo un símbolo de progreso tecnológico por aquellos días. El único problema estaba en que el diseño de Saville era caro. Muy caro. Tanto, que por cada copia vendida el sello perdía 2 peniques. Para Tony Wilson aquello no representaba un motivo para dejar de hacerlo: el diseño era magnífico y con suerte venderían unas cuantas copias. El verdadero problema vino cuando de la noche a la mañana aquel 12'' se convirtió en el single más vendido de la historia. Los responsables de Factory Records se vieron obligados a abaratar los costes a toda prisa y a los pocos meses comenzaron a rentabilizar las ventas. Con todo, New Order no llegó a ver ni un penique de ese dinero. Todo se lo tragó The Haçienda.Ese mismo año el club sirvió de escenario para que una desconocidísima Madonna hiciera su primera actuación en directo para la televisión británica (FAC 104). Poco después New Order volvían a Nueva York para grabar su nuevo trabajo bajo los mandos del prolífico productor Arthur Baker, responsable de cortes tan influyentes como Planet Rock de Afrika Bambaataa o Walking On Sunshine de Rockers Revenge. La banda de Rob Gretton regresó a Manchester con el single Confusion bajo el brazo, un corte pop con elementos propios del electro y el hip-hop que rápidamente se encaramó a los primeros puestos de las listas de ventas. Pero estos hechos tampoco sirvieron para que The Haçienda despertara de su letargo. Fue entonces cuando Pickering, consciente de que la oferta musical del club todavía estaba muy lejos del crossover multidisciplinar que ofrecían los clubes americanos, decidió que había llegado el momento de incorporar a otro dj. El elegido fue Greg Wilson, por aquel entonces residente de la mítica noche de los miércoles en el Legend. Aquel año el tema más demandado en The Haçienda era Native Boy de Animal Nightlife, lo que distaba mucho de cualquier disco que uno podría encontrar en la maleta de Wilson. Con todo, Pickering le ofreció la noche de los viernes y le encomendó la misión de trasladar al club toda la magia del Paradise Garage.

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